El juego y la libertad, por María Cristina Ramos

Extracto de la ponencia presentada con motivo del ciclo de conferencias “Lectura y Literatura Infantil y Juvenil: análisis de discursos”, organizado por la Universidad Nacional del Comahue junto al ministerio de Educación de Río Negro y la Subsecretaría de Educación de Neuquén, a través del Plan de Lectura.




Extracto de su ponencia que puede leerse completa aquí.



"La poesía como posibilidad de transitar y apropiarse de una creación de mundo sostenido por palabras, ofrece un territorio de posibles. Un lugar de juego y complacencia, de memoria sonora, un espacio que abre los espacios interiores de cada uno. El discurso poético ofrece un tramado provocador, es un lugar donde los sentidos tienen espacio para moverse hacia otros; en el doble fondo de la metáfora tiene cabida lo desmesurado. El texto poético puede dibujar y desdibujar, armonizar y desbaratar, en un despliegue que da a lo inusitado, al espacio nuevo donde se asoma lo poético. 

Nocturno

Toma y toma la llave de Roma,
porque en Roma hay una calle,
en la calle hay una casa,
en la casa hay una alcoba,
en la alcoba hay una cama,
en la cama hay una dama,
una dama enamorada,
que toma la llave,
que deja la cama,
que deja la alcoba,
que deja la casa,
que sale a la calle,
que toma una espada,
que corre en la noche,
matando al que pasa,
que vuelve a su calle,
que vuelve a su casa,
que sube a su alcoba,
que se entra en su cama,
que esconde la llave,
que esconde la espada,
quedándose Roma
sin gente que pasa,
sin muerte y sin noche,
sin llave y sin dama.


Rafael Alberti

Existe conexión entre la lectura de un poema y la libertad del juego individual de los pequeños; no el juego reglado sino el de proyección de lo imaginario, el que crea el niño solo con piedritas o fragmentos de juguetes, con el cordón de una zapatilla. El instante de intercambio es semejante. El niño juega con lo que tiene entre manos y esos objetos van cobrando sucesivas transformaciones y funcionando de acuerdo a lo que la imaginación proyecta. Si entran a un texto, y el texto es literario, habrá espacios que reciban lo que la imaginación del lector, que ya existe, que sabe moverse, que anda y que vuela, pueda proyectar en su juego con el texto. 


Suele haber abismos entre esos instantes de juego solitario, ese desempeño mental de los chicos y los interlocutores cercanos. Pero es muy importante para todos, y en especial para los mediadores de lectura, ser testigos de esos momentos y acompañarlos, sin afán de intervenir, cuidando de no obstruir, resguardando el momento, palpando nada más esa profundidad de creación que existe, esa aureola de significaciones en la que entran y salen los chicos situados en el fluir del aire, entre los pequeños objetos de su juego y su mundo imaginario. 


Deberíamos propiciar los momentos que permiten esta expresión natural del niño en su medio. Los chicos leen si son leídos, es decir, si están contenidos en la mirada del adulto que entiende, del adulto capaz de recibir sus búsquedas, sus juegos, como manifestaciones de una subjetividad que se va tejiendo en relación con su entorno.


El desempeño imaginario abre la posibilidad de crecer en hondura de pensamiento y en pensamientos divergentes, abre camino a la creatividad que necesitarán para vivir, a veces para avanzar en su realidad social o laboral, para avanzar en el conocimiento de sí mismos y en los vínculos que establezcan.


El lector de poesía puede abrir un espacio para lo impredecible, lo que puede entrar a nuestro campo experiencial sin tener antecedentes. Desde la materia musical del lenguaje, desde su magnetismo sonoro, desde la circularidad de una estructura rítmica ronda un concepto, una mirada del mundo, un perfil no siempre contemplado de la realidad. Aquello que suma un espacio para aceptar hechos que no habíamos concebido y que pueden enriquecer la experiencia, sacarnos de una determinada regularidad, de las excesivas estructuras con las cuales tratamos de movernos en nuestra vinculación con el mundo.



El lector de poesía va construyendo un territorio de apertura a lo posible donde podrá también instalar el pensamiento hipotético, la divergencia del pensamiento que pueda impulsarlo a investigar, la búsqueda creativa en respuesta a situaciones nunca antes transitadas.


La mediación


Una mediación poco alertada en lo que hace a las características del encuentro entre el material poético y sus lectores puede convertirse en obstáculo para el mismo. Son frecuentes las prácticas de poslectura que proponen preguntas cuyas repuestas surgen de la superficie del texto, del plano denotativo de la significación. Los chicos, cautivos en la necesidad de responder lo señalado por las consignas, apuran la lectura hasta la tranquilidad de la respuesta y quedan sujetos a ese nivel, cuando en realidad un poema ofrece su riqueza a quien lo bucea libremente, un verso puede abrir, desde sus facetas connotativas, un espacio que convoque a construcciones de sentido singulares, un espacio donde el poeta y el lector se acerquen y hagan posible la interacción de sus subjetividades.


Vamos a escuchar el poema El lagarto está llorando, de Federico García Lorca. Es una interpretación, la música añade el clima de esa interpretación. Y quiero compartirlo para imaginar que nuestros alumnos han accedido a un clima parecido.

El lagarto está llorando

El lagarto está llorando.
La lagarta está llorando.
El lagarto y la lagarta
con delantalitos blancos.
Han perdido sin querer
su anillo de desposados.
¡Ay, su anillito de plomo,
ay, su anillito plomado!
Un cielo grande y sin gente
monta en su globo a los pájaros.
El sol, capitán redondo,
lleva un chaleco de raso.
¡Miradlos qué viejos son!
¡Qué viejos son los lagartos!
¡Ay cómo lloran y lloran.
¡ay! ¡ay!, cómo están llorando!

Entonces, sobre la atmósfera poética creada, alguien pregunta: “¿Quiénes estaban llorando? ¿Y cuántos eran? ¿De qué color eran los delantalitos? ¿Qué se les había perdido?”

Al preguntarlo estará llamando la atención sobre la superficie textual y opacará su creación de mundo, su riqueza visual, la armoniosa animización, la casi quietud del cielo, la cercanía con quien mira ese cielo creado desde la palabra poética, la sensación de que solo el lector está presente ante la soledad de los que perdieron el anillo, ante su pena de lagartos.



Repertorios de preguntas, a veces larguísimos, tan frecuentes en la escuela y que distan tanto de lo pedagógicamente valioso. Suelen están destinados a vigilar la lectura o no lectura del texto, o bien, buscan fijar algunos conceptos lingüísticos -con verde los sustantivos, con rojo los verbos- pero no están orientados a promover o a desarrollar la competencia literaria de los chicos. Por el contrario, pueden obturar la posibilidad de llegar a lo poético, pueden impedir el contacto con la apertura de la sugerencia, con la experiencia de la metaforización. Quien se queda anclado en buscar la respuesta en la superficie textual no puede ser encontrado por los sentidos que corren subtextualmente y que revelan siempre algo más. Quien tiene que rastrear buscando la respuesta a estas preguntas no puede hacer su camino personal de lectura, ni recibir los soplos de belleza de un poema, ni la compensación de algo creado en complicidad con su imaginario. Si el mediador, en cambio, confiere el tiempo de exploración necesario, y tutela el encuentro, otra será la suerte del lector, porque entonces leerá poesía con la naturalidad de quien se adentra en un bosque luminoso y probará en sí mismo la posibilidad del arte. 

Si el docente lee y relee, si antes de leer leyó, para sí, varias veces hasta reconocer y entender la pena de los lagartos, parecida a aquella de los niños o las niñas cuando algo querido se pierde, cuando algo pequeño y valioso desaparece, cuando algo que connotaba una unión afectiva se va por el agua y nos deja desprotegidos, encontrará la voz del decir, se hará uno con el color emotivo del poema. 

Si cada lector dispone de un tiempo personal para la lectura podrá entrar en sus espacios, poblarlos con la circulación de otros sentidos, que se le irán revelando a medida que lee. Entre una y otra idea, la evocada por el poema y la creada desde la lectura, hay un mundo para ser habitado con las señas de cada uno de los lectores, hay un espacio donde proyectar el propio imaginario, con el consentimiento que sustenta el devenir de lo poético.



(...)



Conclusión y esperanza



Los chicos y las chicas deben leer poesía, solos y acompañados. Es su derecho. Y pueden -sin duda- y lo hacen, utilizar recursos de lo poético en su habla o en su escritura. La lectura frecuente ofrece un caudal léxico y abre caminos para la escritura creativa. Es más, la lectura de poesía habilita para la escritura creativa y alguien que frecuenta la escritura creativa se vuelve ante el texto poético, un lector más calificado.



No me refiero a prácticas de escritura que procuran restringir la necesidad expresiva de los chicos a un esquema métrico como puede hacerlo un poeta. No ganamos terreno educativo si los chicos escriben en verso. Un poeta es un artífice de la palabra, un equilibrista del sentido; los chicos y chicas de la escuela pueden escribir textos poéticos pero las más de las veces en que son obligados a escribir en verso y con rima no rozan siquiera lo poético, y su tarea se convierte en un esfuerzo inútil para responder a una consigna fallida.



Lo poético sigue siendo misterio, no es capturable, es cuestión de escribir hasta que la respiración de lo poético aparezca y despliegue su plumaje. Tanto un poema como un buen texto narrativo surgirán como resultado de un largo camino de escritura, y cuando aparezcan lo celebraremos sabiendo que todos los intentos anteriores valieron la pena.

La palabra poética nació para abarcar parte de lo inabarcable, parte de ese mundo de las cosas y de los hechos que están cargados de lo inasible humano, de lo psíquico y lo espiritual.



Compartimos la lectura de poesía para construir entre todos un ámbito donde la sugerencia nos llame hacia nuevos espacios de sentido, a imaginar trayectorias deseadas, a compartir búsquedas conjuntas, a encontrar los sentidos que nuestra realidad necesite en cada momento. El poema es un peldaño para acceder a otro espacio a elección del lector, un convite para abrir un camino que responda a alguna de sus búsquedas.



La escuela es y debe seguir siendo el lugar fundamental para la formación de lectores cada vez más calificados; hemos recuperado la lectura, queda insistir en este camino y queda mediar para que el nivel de lectura vaya superándose poco a poco, acompañando las exigencias de nuestro tiempo. Por esto hay que volver a leer poesía, por esto y porque el acceso de todos al arte, a la belleza, nos compensará con una sociedad capaz de encontrarse en perfiles más dignos, en realizaciones colectivas más plenas.



Nos seguiremos acompañando, maestros, bibliotecarios, mediadores, familias, en la cotidiana conciencia de la necesidad de la poesía como espacio vital para la subjetividad, para poner palabras a la constitución a veces paradojal, a veces desmedida, hiperbólica, de nuestro bellamente humano mundo emocional.


Entrada a sugerencia de Valeria Cervero.

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