Bienvenida María del Carmen Colombo




Son chinas  las tres chicas,  pintadas  por  el fino  pincel de un copista oriental. Ojos  como rendijas miran la escena de la madre, lavando el kimono en el  piletón del patio. Las miradas finitas rayan  las ojeras de la madre, imitación de la  sombra de un árbol exótico. Le  dibujan  persianas cerradas  para protegerla de  un sol de siesta, insoportable.

El alma china de la familia se llena como una palangana porteña al compás de los dichos maternales del agua. Y  las  tres chicas recuerdan,  al unísono, los agujeros dejados por las balas. Los agujeros del recuerdo, multiplicados por tres, ensucian con la sangre del padre el kimono que la madre lava, infinitamente, adentro del piletón de sus propias ojeras.

Recordar, abrir el ojal de una herida llamada ojo, provoca un dolor de sol, insoportable, entre ceja y ceja. Por eso, a la sombra de un árbol exótico, las tres chicas pintan el alma de un dragón subiendo al cielo, con el fino pincel de sus pestañas.





Cuando las tres chicas se acercan,  el padre cierra el abanico de sus sentimientos, de golpe. Tiene miedo el padre chino  de que el  calor de sus  hijas  desplanche  las  rayitas  de su  alma,  plisadas  con  suma  paciencia  por  sus antepasados.

El miedo  le  hace  pitar  de una  boquilla elongada hasta  el límite. Chupa del pico el hombre, y de su boca  evaporada  por el  humo  se desprenden  pensamientos  finitos como el perfil de un pez   raya.
Es el opio de los pueblos con que  carga su boquilla el que lo hace  descifrar  sus pensamientos en voz alta. "Esas tintoreras  --dice de sus  hijas-- calientan la pava  y después  yo  salgo  hecho  una  planicie.  Qué  saben  ellas,  tan  chiquitas,  del  trabajo  que costó a mis antepasados imitar el oscuro abanico de las olas, escama por escama, durante milenios, hasta  hacer de mi alma este biombo musical que sólo los hombres chinos saben desplegar con dignidad."

Al escucharlo, la más china de las tres chicas desenrolla el caracol de su rodete en señal de rebelión. Cae ondulado el bandoneón de su pelo, y el padre recuerda el golpe, seco, de una sombrilla al cerrarse.  



María del Carmen Colombo (Buenos Aires, 1950). Ha publicado: La edad necesaria (1979); Blues del amasijo (1985); Blues del amasijo y otros poemas (1992, reedit. 1998); La muda encarnación (1993, reedit. 2006), La familia china (1999, reedit. 2006) y Los sueños del agua (2010); además publicó Santo y Seña (publicación conjunta, 1984) y Folletín (Plaquetas del Herrero, 1998). Ha recibido, en otros, el Primer Gran Premio V Centenario (1992) y Mención Especial del Premio Nacional, Producción 1996-1999 (2005). Integra antologías de poetas argentinos editadas en el país y en el extranjero –por ejemplo, Puentes/Pontes (Fondo de Cultura Económica, 2003)- y 200 años de poesía argentina. –Alfaguara, 2010- Colabora en diarios y revistas. Desde 1980 coordina talleres literarios.

Comentarios